espíritus propulsores de pensamientos asesinos!...
¡Cambiadme de sexo,
y desde los pies a la cabeza llenadme,
haced que me desborde de la más implacable crueldad!
...
¡Espesad mi sangre;
cerrad en mí todo acceso, todo paso a la piedad,
para que ningún escrúpulo compatible con la naturaleza turbe mi propósito siniestro,
interponiéndose entre el deseo y el golpe!
¡Venid a mis senos maternales y convertid mi leche en hiel,
vosotros, genios del crimen,
de allí de donde presidáis bajo invisibles formas la hora de hacer mal!
¡Baja, horrenda noche,
y envuelve tu palio en la espesa humareda del infierno!
¡Que mi agudo puñal oculte la herida que va a abrir y que el cielo,
espiándome a través de la cobertura de las tinieblas,
no pueda gritarme:
«¡Basta, basta!...»
(Shakespeare)
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